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Los Ángeles, entendidos como intermediarios entre el mundo divino y el terrenal, mensajeros de Diós y protectores de los hombres, no son una prerrogativa de la tradición cristiana. En realidad, existen numerosos testimonios literarios e iconográficos que demuestran que la figura del ángel, en todas sus variantes formales, ha acompañado constantemente a los hombres de todas las épocas y culturas religiosas, incluso antes de la llegada del cristianismo.

En las religiones asirio-babilónicas ya existían figuras aladas que descendían del cielo para traer el mensaje de los dioses. Estas religiones contemplaban también la existencia de criaturas sobrenaturales protectoras de cada individuo, que podían, según los casos, garantizar asistencia y perdón e incluso preservar de peligros.
Persas y egipcios atribuyeron a algunos seres divinos, protectores de los hombres en la lucha contra los demonios, características en muchos casos similares a las de los ángeles.

Una representación de la diosa egipcia Isis nos muestra a esta madre y guía bajo apariencia angélica, con unas grandes alas. También en la tradición del Extremo Oriente, desde el hinduísmo hasta el budismo, se habla, según el principio del bien y del mal, de seres "angélicos", amigos del hombre y de seres demoníacos, antagonistas de los primeros y que ejercen sobre los hombres una acción hostil y maléfica.
Si se considera que "seres alados intermediarios entre cielo y tierra aparecen incluso en los escritos de los místicos sufíes, en las visiones de los chamanes, en las leyendas de los indios americanos", no es difícil afirmar que el motivo del ángel representa una constante universal que, más allá de las diversidades culturales y religiosas, ha acompañado durante siglos la historia de los hombres.

El Angel Custodio


Qué es el Angel Custodio






El término <<angel>> deriva del griego ángelos y significa <<mensajero>>. Los ángeles, en efecto, están encargados de llevar entre los hombres el mensaje de Dios, guiándolos y ayudándolos en el camino de la vida.

La iglesia católica considera la creación y la existencia de estos seres espirituales como una verdad de fe, es decir, una realidad absoluta revelada en las Sagradas Escrituras. Las fiestas litúrgicas de los ángeles se celebran el 29 de septiembre (San Gabriel, anunciador de la Encarnación) y el 24 de octubre (san Rafael, custodio de los transeúntes); la de los ángeles custodios se celebrará el 2 de octubre.

Los ángeles son el reflejo de la perfección divina; infinitamente buenos y generosos, sin ninguna sombra de defecto, capaces de proporcionar un amor ilimitado, gozan en cada instante de una gran felicidad, que intentan por todos los medios compartir con nosotros. Aunque no son omniscientes, están dotados de una inteligencia que no se puede comparar con la humana, tan grande, que pueden percibir en un instante las innumerables consecuencias de un principio o los innumerables aspectos de una misma realidad. En comparación con los suyos, nuestros conocimientos son muy limitados. Los ángeles poseen los secretos de la naturaleza, dominan las leyes que rigen el universo, son los depositarios de una ciencia sin límites y de una infinita sabiduría.

Los ángeles obran constantemente por el bien de los hombres, siempre y en todas partes. Aunque no nos percatemos de su presencia, o incluso no pensemos en ellos ni una sola vez, los ángeles velan por nosotros en cada momento del día, ayudándonos en las dificultades y salvándonos de toda suerte de peligros. En su ausencia, los males del mundo serían mucho más numerosos de los que conocemos, y nuestras vidas más oscuras e infelices.

Los ángeles se encuentran en todas partes: vigilan nuestras casas, nos acompañan en nuestros desplazamientos, están cerca de las personas que sufren y que tienen necesidad de ayuda y de consuelo en los momentos de desconsuelo. Estando libres de las limitaciones que nos impone la materia, se deplazan a una velocidad que para nosotros, sometidos a las leyes del espacio y del tiempo, resulta incluso imposible de imaginar: en el tiempo de un pensamiento, los ángeles ya se encuentran a nuestro lado, siempre a punto para proporcionarnos su inapreciable ayuda.



Cómo encontrarlo



Imaginaremos que nos encontramos bajo la bóveda celeste.

El cielo azul oscuro; un cielo nocturno. Alzaremos la mirada para buscar las estrellas y contarlas. Son muchas y cada una brilla con una luz propia particular.

Observaremos todos esos puntos luminosos que bailan y se mueven en el cielo. Si observamos bien, nos daremos cuenta de que hay una estrella que vibra con una luminosidad particular. Aislaremos esta estrella y la observaremos resplandecer en el cielo. Nos parecerá que brilla sólo para nosotros.

Mientras la observamos, la estrella empezará a moverse lentamente. Atravesará el cielo y descenderá hacia nosotros. Acercándose, se volverá más luminosa, parecerá casi que ilumina todo el cielo, haciéndose cada vez más grande.Prestaremos atención al centro de la estrella.

Notaremos que empieza a delinearse una figura. La imagen se nos acercará cada vez más.

No debemos tener miedo. La luz difundirá un sentimiento de paz y de bienestar.

Intentaremos descubrir los detalles y permitiremos a nuestro corazón vibrar en la dirección de la luz y sintonizarse con ella.

Estamos a punto de encontrar a nuestro ángel.

Dejaremos que se acerque con confianza y disfrutaremos del sentimiento de espera y de la emoción que se deriva de él.

Estaremos atentos para percibir cada sensación, cada matiz, cada color.

Disfrutaremos del sentimiento de paz y de tranquilidad, pero también de la alegría que crece en nosotros, de la seguridad de sentirnos protegidos, de sentirnos en casa.

Nos concentraremos en el contacto que se establece entre nuestro corazón y la vibración de su luz.

Esperaremos a transmitir al ángel nuestro mensaje. Primero, le daremos las gracias por haber respondido a nuestra llamada y luego expresaremos nuestra petición.

Podemos pedir ayuda, protección y consejo sobre un problema específico o, más sencillamente, podemos continuar manteniento dentro de nosotros la consciencia de este extraordinario contacto, contentándonos de haberlo obtenido.

Al final, le daremos las gracias, le prometeremos amor sincero y le diremos adiós, preguntándole por la posibilidad de obtener otros encuentros.

Miraremos cómo se aleja la luz y vuelve a convertirse en una estrella.

Mantendremos dentro de nosostros la sensación de este maravilloso contacto y la seguridad de que el ángel no nos abandonará nunca. Siempre ha estado allí, para nosotros, esperando nuestra llamada para ayudarnos, dispensando luz y amor.


Aprender a escuchar a nuestro Ángel

Los ángeles están siempre con nosotros, observadores de nuestras dificultades y solícitos ayudantes que alivian los dolores; profesores, maestros y compañeros amorosos.

No podemos decir honestamente que les hagamos la vida cómoda: raramente los escuchamos, a menudo hacemos exactamente lo contrario de lo que nos aconsejan y la mayoría de las veces negamos su existencia. Aunque la labor de los ángeles no es fácil, su amor permanece inmutable y su paciencia es infinita.

Si nos acostumbramos a la idea de que los ángeles comparten nuestra vida cotidiana, nos daríamos cuenta de que nuestra disponibilidad hacia los demás aumenta y de que somos más sensibles.

Una buena relación con los ángeles presupone una mayor apertura espiritual, una mayor disponibilidad para aceptar a los demás y para entendernos mejor a nosotros mismos.

Se necesita muy poco para cambiar las costumbres. Un pensamiento por la mañana, una sonrisa, una pequeña plegaria pueden ser suficientes para hacer distinta nuestra jornada y para hacernos sentir más serenos y confiados: más conscientes de que no estamos solos y de que no lo hemos estado nunca.

Antes de aprender a escuchar a nuestro ángel custodio, es importante saber como actúa en relación con nosotros.

Para conducirnos por el camino de la obediencia y del amor, el ángel instaura con nuestra alma una comunicación silenciosa; nos inspira con los pensamientos que nos evitan caer en el error o actuar mal; nos "sugiere" tomar una dirección en lugar de otra, impidiéndonos incurrir en riesgos graves que podrían poner en peligro nuestra salud, tanto física como moral. Puede incluso intervenir sobre nuestros recuerdos, haciendo florecer en nuestra mente cosas que tenemos el deber de hacer o, al contrario, alejándonos de otras que no debemos hacer.

Nos empuja a reflexionar y a combatir nuestras debilidades, a trabajar por nuestros ideales, a alimentar continuamente nuestra interioridad para evitar que se amodorre.

Por lo tanto, el ángel custodio susurra sus consejos a nuestra alma y no a nuestros oídos. Pero, puesto que nosotros estamos dotados de libre arbitrio, no puede intervenir sobre nuestra voluntad. Somos libres de aceptar o de rechazar sus exhortaciones; podemos seguir el camino que él nos indica o, ignorando sus reclamaciones, perseverar en el error o privar de eficacia su acción.

A veces, la presencia de este precioso guía no nos evita los accidentes y las situaciones dolorosas, que de todos modos serían más numerosas si no pudiéramos contar con su ayuda.

El ángel vigila nuestra alma, pero nos puede ayudar incluso a afrontar los problemas cotidianos y a salvaguardar nuestros intereses materiales, si estos son importantes para nuestro progreso espiritual.

Quien no se preocupa de la existencia de su ángel custodio, o incluso la niega, quien no se dirige nunca a él y no le pide nada, tiene pocas esperanzas de beneficiarse verdaderamente de sus consejos. Su ángel permanecerá siempre a su lado, deseoso de poder intervenir a favor de su protegido y de acoger sus peticiones, pero su acción se verá siempre desvalorizada porque no conseguirá nunca entrar verdaderamente en comunión con la persona que le ha sido confiada.

uien, en cambio, se dirige con conocimiento al propio ángel custodio, abriendo su corazón a sus palabras silenciosas, interpelándolo en los momentos de necesidad y buscando el contacto con él, podrá contar con la preciosa ayuda de un amigo fiel. Estamos proyectados totalmente hacia el exterior. No tenemos ni tiempo ni espacio para llegar a la percepción de nuestra interioridad.

Escuchar al ángel significa precisamente concederle un espacio de silencio para que pueda ayudarnos a desalojar la mente de pensamientos, de tensiones y de las preocupaciones que nos mantienen atados a una realidad que no nos da tregua, para reencontrar finalmente el contacto con nuestra zona más pura y, al mismo tiempo, el sentido de pertenencia al mismo.


Un Ángel para cada uno

A partir de las Sagradas Escrituras sabemos que cada ángel tiene, en el universo, un deber concreto que cumplir, pero que permanece inaccesible para nuestra comprensión.

Galaxias, planetas, estrellas o, para hablar del mundo en que vivimos, océanos, ríos, ciudades y naciones: todos estos elementos se confían al cuidado de los ángeles.

Entre los que tienen que desarrollar su misión en la tierra, son muchos los que se dedican a guiar y a proteger a los hombres: son los ángeles custodios.

Al nacer, cada uno de nosotros estamos confiados al especial cuidado de una criatura celeste, que tiene la labor precisa de custodiarnos y asistirnos en todos los momentos de nuestra vida, sin abandonarnos nunca.

Por lo tanto, cada persona tiene su propio ángel custodio, independientemente de factores de raza, cultura y religión. También lo tienen las personas que se consideran ateos, los materialistas más convencidos e incluso los que se resisten a creer en una dimensión distinta de la terrenal.

Nuestro ángel personal nos protege de los peligros que nos amenzan sin que nosotros lo sepamos, nos obliga a hacer el bien y a evitar el mal, se encarga de transmitir nuestras plegarias y actúa sin descanso para hacernos cada día un poco mejores y más dignos del amor divino.

En circunstancias particulares, el ángel se manifiesta bajo un aspecto que nuestras sentidos puedan percibir o, cuando es necesario por el bien de su protegido, asumen un aspecto humano para no confundir y desorientar a quien se le permite verlos en ese momento.

Muchas personas que afirman haber entrado en contacto con los ángeles definen las presencias angélicas como fuentes que irradian luz, que despliegan unas alas especiales que cambian continuamente de color y de forma. Según estas descripciones los ángeles no tienen rostro sino una especie de cuerpo luminoso.

En cambio, son distintas las historias de aquellos que afirman haber encontrado un ángel en un momento concreto de su vida. Estas personas hablan sobre todo de un ser de carne y hueso que ha prestado una valiosa ayuda en una situación de emergencia y que poco después ha desaparecido misteriosamente.

Y nada impide creer, como hacen algunos, que personas que nos hayamos encontrado casualmente en uno de los muchos momentos de la vida, quizá durante durante un viaje o en una circunstancia banal, fueran en realidad ángeles: personas que, antes de desaparecer, tras haberse cruzado durante un instante en nuestro camino, han pronunciado pocas palabras, pero suficientes para iluminar y para modificar profundamente nuestra existencia.